miércoles, 22 de julio de 2020

Modo avión


Me he acostumbrado a volverme loco cuando empiezo a escuchar que hablan de ti. 
A hiperventilar en modo avión como si no fuera consciente de la distancia no física que nos separa. 
A veces, hasta pienso en ti. 
Y te imagino tirada en una casa vieja con tu pijama color piel y tu moño a medio hacer. 
Y me vuelvo a enamorar de cada error y de cada disputa, de cada gesto nimio y del olor que desprendes cuando sabes que todo está donde se merece. 
Sabes mejor que yo de lo que hablo. 
Últimamente, no hay mes que no me acuerde de ti, día que no se vuelva canción y me recuerde que hace tiempo fuiste mucho más que holograma etéreo. 
Dejaste de existir para volver a ser la tú de antes, diste portazo al miedo, a mí, a todos. 
Dejaste un vacío a priori insignificante, pero más profundo que cualquier cala que no llegamos a visitar. 
Sigo teniendo la esperanza de que te equivoques, de que no te vaya bien, te caigas sin hacerte daño y rebobines sin temor al qué ocurrirá pero queriendo que ocurra. 
Ya son demasiados amagos de ti, golpes de calor extremos que tocan la fibra, pero no la estrujan y moldean a su antojo como sólo tú tenías el extraño placer de hacer. 
Dice un poeta con retintín que solo calan los besos que no has dado, y yo no puedo estar más en su contra. 
No deja de sorprenderme tu capacidad ultrasensorial de camuflarte cuando no quieres ser parte de. Volverte invisible y desaparecer cuando de sobra sabes que eres primera espada en esta guerra. 
Eres trago amargo que vicia, gato sin dueño que araña lo que no conoce, sol que luce pero quema y desgarra. 
Un compendio de paradojas sin ansia de protagonismo ni estructura: catarsis que asusta, pero te engancha y no te suelta.

Y luego estoy yo.
Yo, que soy mucho más de lo que escribo, mucho menos de lo que leo y mucho peor que lo que aprendo.
Un anagrama oculto entre los retales del pasado, un barco velero a la deriva de los besos que nunca imaginé.
Me acostumbré a los pliegues de una herida abierta a pleno pulmón, hice noche eterna en cada estigma prohibido y me catapulté sobre cerebros vacíos sin miedo al fracaso.
Aún no llegué a ser lo que siempre me propuse en sueños, sigo lejos del halo de luz que ensalzaba tu figura y confío en el futuro unido que nunca me prometiste.
A veces, me despisto, delinco y deliro, y me da por hacer misiva todas las dudas que me urden.
Y siempre termino con este movimiento armónico de dedos que me acompaña cuando nadie aflora, cuando pendo a regañadientes del hilo que me soporta, cuando me sobra todo menos la culpa.
Y con esta jodida sensación cobarde de no saber bajar las persianas cuando llueve, coger el teléfono cuando sabes qué te espera o cerrar un texto que pide auxilio cuando toca.