lunes, 21 de septiembre de 2020

Himno traslacional.

Vuelven a sonar los ojos de la gente. 
Los ojos de la gente. 
De la gente.
La gente...



El aire afilado empieza a hacernos mella. Somos seres desconfiados, pero ya nos hemos adaptado a que nos agucen el alma a palazos. Cada día no es más que la consagración de nuestra nula oposición, el souvenir mudo del que aún no ha despertado. Cualquiera diría que pertenecemos a un guión del siglo 27, pero eso no nos hace actuar diferente. Nos han coartado la libertad, nos han tapado la boca con palabras y el cerebro con piedras de escollera de 3.000 kg.

Todo sigue su cauce natural. Nos acogemos a lo que pensamos son 'vacíos', pero no son más que escaramuzas para que no nos lleguemos a sentir nunca así, vacíos. 
Todo sigue su cauce natural. Llevamos más de 300.000 años actuando, fallando y anotando. Prueba y error divino.
El panorama es desolador a la vez que impresionante. 
Pero terminará, nos harán creer que gracias a nuestra fuerza y unidad. Seremos héroes vestidos de aldeanos con la hoz encima y el martillo en casa.
Y pasarán los cabreos, la histeria, el rencor, los días; el tiempo, en definitiva.
Y volverá otro dios, más fuerte, más poderoso, menos visible; pero con otro nombre.
Y, como no, volveremos a caer, a sufrir, a depender, a subsistir.

Vuelven a sanar los ojos de la gente.
Los ojos de la gente. 
De la gente.
La gente...

Pero eso, con suerte, no nos tocará a nosotros. Incluso con mucha suerte, todo lo que conocemos hasta ahora probablemente haya erupcionado y haya pringado al planeta de magma, sebo y prejuicios.
Aunque mejor no anticiparse. Mejor dar la chapa medioambiental y pro energética para poder dormir con la conciencia algo menos sucia. A lo Nolan bueno.
Volviendo al presente, que es lo que nos okupa, no hay altavoz mejor que Chomsky. Un astuto nonagenario más sabio que cualquier perdiz con galones actual, que dio el difícil paso de hacerse a un lado y buscar siempre el bien común, pero aportando ideas. 
Tan fácil como eso, poner tu conciencia y, aunque débil, inteligencia, a disposición de aquellos que sí que pueden cambiar el rumbo, porque aún ni lo conocen. Porque aún no saben lo que es el barro, y vosotros estáis hasta las orejas.
Renovarse o morir.

Vuelven a soñar los ojos de la gente.
Los ojos de la gente. 
De la gente.
La gente...

Aunque qué más da, mientras tengamos cerveza en mano y ligues volando. Si somos amos y dueños de nuestro propio destino, estrellas de cine y reyes eméritos de cada situación que tocamos.
Que salga el sol por donde quiera, que aquí estamos nosotros, los comandantes, para dar la vuelta a cualquier problema con nuestros bíceps y estudios superiores.
Si estamos a un whatsapp de cualquier logro, a un vuelo de cualquier conquista y a una camisa de cualquier fiesta.
Qué puede salir mal con esta actitud tan positiva y lasciva.
Que se pongan a la cola y que nos vean triunfar drogados de anfetas, rock 'n roll y maría.
Que somos bisontes dispuestos a derribar cualquier muro.
Que somos más fuertes que cualquier ideología, que los de antes no supieron vivir y queremos vivir mejor que los de después, disfrutemos de todo sin atenernos a ninguna consecuencia.
La vida es corta.
Carpe diem.
Dame gasolina, que me la bebo y quemo la ciudad.

Vuelven a sellar los ojos de la gente.
Los ojos de la gente. 
De la gente.
La gente...

Y así, con gente como Chomsky en peligro de extinción y marabuntas de corderos con complejo de alce en su máximo apogeo, seguimos cometiendo los mismos errores que nuestros precursores. Estamos atados a un futuro. Que se preocupen los siguientes, que ni va con nosotros ni tenemos tiempo; que nos da mucha pereza.


domingo, 6 de septiembre de 2020

Ciclo de vida.


Cada día que amanece me desangro un poco más. Recibo los primeros rayos de luz como un girasol que precisa de oxígeno para subsistir, insuflo el corazón de ganas y hago el ritual maorí de transformar la pena en indiferencia.

Cada viaje me salva de los demonios que me atormentan. Los kilómetros se vuelven Lorazepam y necesarios. El viento azulado se toma la libertad de jugar con las trazas de mí que aun se pueden despegar. La velocidad como droga macabra se mantiene en mis planes por méritos siempre ajenos.

Cada comida me alivia el pensamiento. Trafico con nutrientes a cambio de estabilidad emocional. Encuentro el equilibrio exacto entre éxtasis y desesperación. Me teletransporto a lugares impensables, cargados de avisos de incendio y gasolina en garrafas de vodka.

Cada tarde aciaga se torna débil y extenuada, el temor constante a claudicar se asoma a la ventana del olvido y se apodera de todas mis dudas. Siento el exilio cobarde del cariño. Buceo en lagos de whisky helado, emborracho a mis neuronas solitarias para que sociabilicen entre sí y dejen de maquetar ciudades de henna.

Cada noche todo vuelve a pasar por el filtro oscuro del recuerdo, se hace canción de amor y los acordes menores se apoderan de la tristeza. Retumban mis oídos en el silencio más absoluto, el dolor de cabeza histriónico y el pavor continuo al fin de todo se hacen evidentes y reales a partes iguales.

Cada madrugada que me desvelo intento entender las cosas que no comprendo durante el día. Trato de ser parte de aquello que odio, busco la esencia de lo que jamás he sido. Y me topo sistemáticamente con un muro escarpado de ideas advenedizas que tratan de desestabilizarme. Que me desestabilizan. Que hacen temblar los cimientos de lo que aparento ser. Y que me empujan sin arnés hacia un vacío inmenso que no distingue trayectorias.

Cada día, cada semana, cada mes, cada año, cada vida. La cárcel cíclica de aquel que mira a los ojos y le planta cara al inconformismo radical que triunfa en redes y extrarradios. La cara B de un disco olvidada y masacrada por la ignorancia de su existencia. La sinopsis pírrica y fugaz de una superproducción en la sombra. 
El éxito aparente sin éxito real, el tira y afloja permanente y la nimiedad más clara y sincera.
El más que posible adiós a todo lo que me conforma.
El apagón total.