Y acaba ocurriendo, una y otra vez, un proceso
cíclico que se repite, una y otra vez, y acabas siendo una marioneta sin
reacción alguna, una y otra vez, y comienza:
Enero se viste de blanco y acude a su cita
insalvable con el espíritu navideño y el calor de los hogares, que choca con el
aire gélido y la solitaria calle principal de esa avenida a altas horas. Las
preocupaciones se guardan en ese cajón que siempre miras pero nunca abres.
Volvemos a ser niños al sentir esa emoción de abrir, arañar y hasta morder ese
envoltorio que lleva dentro el cariño y la pasión hecha persona. Pero se va, y
queda en regalo. Empiezas la rutina, sin ruta definida, pero con una pendiente
lo suficientemente notoria como para ser considerada cuesta, y subes, y subes,
y más cuesta...
Y Febrero se hace cordillera, se disfraza de
Himalaya y te exprime al máximo, culminando la cima ese 14 con tan distintos
sentimientos encontrados. Comparte lugar y momento con el fin del primer
período de exámenes, lo que provoca una resaca de sensaciones que se extiende
en el tiempo; duración que depende directamente del Señor Año Bisiesto, el cual
aparece cada cuatro años tomándose el fastuoso privilegio de alargar un día el
inalterable año. Y así, en este vaivén de pensamientos, en el que ideas juegan
a ser equilibristas sobre una cuerda lo suficientemente fina como para
arriesgarte a todo, llega Marzo, como llegan las cosas que no tienen mucho
sentido.
Marzo llega y se posa en tu espalda, se sube en ella
y avanza sin miedo a represalias. La antesala del Abril esperado no es sino un
paréntesis, una estación de descanso que se mantiene hasta ese 19, día en que
felicitamos a padres con los que a priori no podemos el resto del año, pero
adoramos y queremos como si no hubiera un mañana. Y ahí está, mirándonos a los
ojos, la primavera. Aparece sin avisar, pero no se imagina cuánto se le
necesita. Nos lleva en volandas y nos induce alegría y vida, compartiendo fecha
con la poesía, por lo que ese 21 es un gran día, que reclama y vocifera ser el
guía de alguno, que ama con el alma, y se declara en rebeldía, como Unamuno,
que dijo lo que sentía en el momento oportuno, no hay más tutía.
Y apareces tú, y apareces tú, Abril ansiado, febril,
lluvioso y aterciopelado. Y contigo vienen los días melancólicos y la Semana
Santa, el dramatizar y el disfrutar aprovechando su etiqueta de arte para
beberte hasta las ganas de sentirte realizado. Avanza el mes y se celebra la
Feria del Libro, mientras me libro del mal fario y me autoregalo novelas y
versos que cambien o mejoren mi perspectiva actual. El día 25 una luz se
enciende en mí y en las personas que conozco y aprecio, pues, a modo de alarma,
los "feliz cumpleaños" y similares se repiten, celebrando aquella
noche lejana en la cual nacía una persona que a día de hoy se sigue preguntando
día sí día también qué ha de hacer en este mundo tan extenso y complicado...
...Cuando nos llega Mayo. Él, engañoso y
traicionero, vestido con piel de cordero, lleno de cosas que no se parecen a lo
que tenías pensado que se parecieran. Llega el mes del tiempo agradable,
poniendo fin al tormentoso y metafórico Abril. Y es que, sin quererlo, al
ponerte de puntillas consigues ver a los lejos el cabello dorado de un verano
que está cerca, una venidera ruleta rusa que te va a dar la oportunidad de
cambiar lo que no te agrada... pero aún no. Nos viene encima el primer domingo
de Mayo, ese día en que felicitamos a madres con las que a priori no podemos el
resto del año, pero adoramos y queremos como si no hubiera un pasado mañana. Y
así, sin hacer más ruido, se va el Mayo tímido y ausente para dejar paso a un
Junio con complejo de Julio, como si n y l fueran tan diferentes.
Comienza Junio, y las ganas de libertad. El agobio
inútil pre-exámenes, los exámenes más inútiles si cabe y la necesidad de un
verano que haga olvidar por dos meses la rutina a la que nos hemos acostumbrado
hasta ahora. El punto de inflexión, el ecuador de un año que avanza y no se
para a mirar hacia atrás para ver si alguien es capaz de seguirle la pista. La
mitad de un año que, a modo de naranja, busca su otra mitad soñada, exigiendo
una mejoría y un empujón en cuanto a emociones positivas se refiere. Y venga a
acelerar el reloj, y desquiciarlo, y venga a manipular las manecillas y a hacer
que vuele el tiempo hasta que te sumerjas en el mar de Julio y Agosto,
respirando por fin aliviado en un lugar donde, sin luchar, acabarías ahogado.
Julio y Agosto que se hacen uno, se fusionan y te
dan vida, con su labor necesaria de hacerte desconectar de todo. Llegan y te
rescatan, te hacen ver que tu vida va mucho más allá de un guión preestablecido
y que tú eres el encargado de decidir si quieres ser actor incidental o
principal de esta tu película. La playa y la brisa te teletransportan a un
lugar idílico donde los problemas quedan reducidos a la difícil elección de qué
hacer para disfrutar el día al máximo. La duración de los días es directamente
proporcional a la cantidad de sonrisas, e inversamente a los momentos amargos
donde la noche es tu única compañía. Indispensable alivio que, como cualquier
otra felicidad puntual y basada en el tiempo, termina y queda el recuerdo en un
Septiembre afligido y nostálgico.
Septiembre y final de estío, mes del recuerdo y añoranza
por antonomasia, mes de despertar con los ojos y las ventanas abiertas de par
en par y el sol más radiante de los últimos meses, pero a oscuras. Porque sí, y
por qué no cuestionarse el por qué lo mejor tiene que venir en dosis pequeñas,
mientras lo peor se apropia de la mayor parte del tiempo que tenemos de vivir.
Nos queda aguantar, superar pero no olvidar, asentir que sin ti, verano, soy un
títere. Proseguir y seguir, quitarle las manecillas al reloj, y venga a vaciar
el tiempo en el cajón del alma, y meterlo en el cerebro, en la memoria, y
guardarlo bajo llave. En fin, asumir que Septiembre es mes de introspección y
madurez personal, que Octubre está a la vuelta de la esquina, y que Julio y
Agosto pasan a estar más cerca.
Octubre se viene con la caída de las hojas, las
cuales, cansadas de vivir, deciden dejar de formar parte de la columna
vertebral de los árboles para llevar a cabo una corta a la vez que libre vida.
Eso deberíamos ser, otoño, otoño y despreocupación, sensación de libre
albedrío. Es la necesidad de abandonar el hastío lo que nos lleva a avanzar, es
el vacío de no contar con Felicidad lo que nos lleva a emigrar. Es el curso a
seguir de un río, en el cual, justo antes de desembocar en el mar, un 31,
aparece una noche tenebrosa que bautizamos como Halloween con ganas de aguarnos
la "fiesta" y recordarnos lo que es el miedo. Miedo a ser, miedo a
hacer, miedo a todo lo que implique sentir, miedo de mí. Miedo al tiempo, pavor
al espacio y temor a la velocidad que se le atribuye. Como si el resto del año
no tuviéramos miedo.
Y veloz, comienza el Noviembre madrugador que
recuerda a los caídos con flores en la tumba de aquel o aquella a quien amabas
y amas. Como si no bastara con pensarle. Noviembre siempre triste, y tú que no
viniste, aunque hoy te haya vuelto a recordar. No siempre no tienes, ni siempre
sientes. No busques el diente del caballo regalado, no seas impaciente, y
entiende que todos te mienten, aunque inventen (inconscientemente), sé fuerte.
Undécimo escalón de la escalera, cerca del final donde todo empieza, empiezas a
hacer recuento de lo bueno y lo malo, lo pones en la balanza que,
inexplicablemente, todos tenemos, y deseas que la Navidad y Diciembre
equilibren los pesos. Te dejas llevar, aún sabiendo que la corriente no te
lleva al lugar que siempre habías soñado.
Y llega el final, Diciembre se viste de blanco y
acude a su cita insalvable con el espíritu navideño y el calor de los hogares,
que choca con el aire gélido y la solitaria calle principal de esa avenida a
altas horas. Las preocupaciones se siguen guardando en ese cajón que continuas
mirando pero nunca abres. Acaba la rutina por tiempo parcial, sonrisas visten a
personas por Navidad, y las cenas y quedadas crean un feliz ambiente ficticio
que se prolonga hasta Enero, y Febrero, y Marzo y demás meses...
Y fechas, y fechas, y más fechas, y techos, y
despechos y despachos, y muchos desprecios y desfalcos, y despacio, y 365 días
que no pasan, y deprisa, una vida que se acaba, y daño tras daño, pasan los
años.
Y acaba ocurriendo, una y otra vez, ese proceso
cíclico que se repite, una y otra vez, y comienza, y termina, una y otra vez...
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