domingo, 26 de julio de 2015

Undefined.


Por más que peleaba y peleaba con su yo interno por conciliar el sueño, no podía desatender aquellos deseos. En su soledad, revoloteaba sin respuestas en la gran explanada que era su cama, cauteloso de no desafiar el doble precipicio que le atemorizaba.
Siempre había creído en el pensamiento y la introspección, sin respuesta alguna, cuando de repente, sin previo aviso, sintió una estocada a la derecha del corazón, en todo el alma.

Sorprendentemente, en la parte superior de su rostro, aprovechando los lagrimales de sus ventanas color verde miel, dos finísimas y esperadas tuberías establecieron conexión directa entre sus ojos y sus entrañas, haciendo expirar su vida en cuestión de segundos.

Allí estaba, tan profundo, sintiendo la realidad más cerca incluso que en "su" mundo real.

Su onírica imagen se podía resumir en un amplio erial, interrumpido por un castillo oscuro y custodiado por cientos de plantas silvestres. Las murallas, calladas e inexpugnables, dotaban de la seguridad necesaria a la amplia marabunta. El desasosiego reinaba en el ambiente, no por las cuestiones banales a las que habían estado acostumbrados; esta vez no.
La crisis existencial se extendía por todo el fortín, tiñendo la zona de un sabor agrio y condescendiente que no hacía sino advertir que algo no marchaba según lo previsto siglos atrás.
El vasto olor a poesía demacrada tras las almenas hacía indicar el temeroso ciclón que estaba ansioso por llegar.

A sus pies, un territorio en tierra de todos se decidía de una vez por nadies a cambiar la historia.

Un seseo voraz en forma de río observaba inmóvil e impasible el paso de los daños, desesperado y a la vez capaz de hacer de puente entre los unos y los otros.

Al otro lado del abismo, escondidos a la sombra de los juncos, unos ojos desganados trataban de divisar aquello que nunca antes pudieron conocer.
Aquellos ojos eran la viva imagen de la desesperanza, habían aguantado desde antaño las normas del lugar, pero también habían tenido la valentía suficiente para rebelarse y pelear por unas alas capaces de hacer despegar del suelo hasta al más pesado de los cerebros.
Su color gris ceniza habría helado el corazón de cualquier pez, pero éstos, cansados de presagiar el inminente caos, habrían optado por la metástasis voluntaria y el descanso absoluto en algún lejano océano imaginario.

El huracán se acercaba, y el fin con él; el cielo se tornó gris marengo, engulló cualquier luz que pudiera provocar felicidad en la zona y comenzó la sombría labor que alguna ráfaga de viento rebelde le había encomendado.
A su paso, destrozó en cuestión de segundos la parte interior de las murallas, ahorcó a cada una de las mentes acomodadas, inútiles e incapaces de defender aquello que en realidad les afectaba, y terminó de una vez por todas con la hipocresía y la falta de ganas que se había apoderado de la villa.

Los que gozaban de una astucia impropia trataron de escapar de la manera más rudimentaria, escalando los prominentes muros que, durante siglos, habían sido una de sus únicas esperanzas de vida (quién les iba a decir que aquello que siempre los había protegido iba a ser aquello que podía acabar con su ciclo).
Mientras tanto, el agresivo viento no daba tregua, y el zarandeo continuo acabó desterrando a la mayoría de seres -in-humanos.

Un destino similar tuvieron aquellos pocos que consiguieron salir, acabando los cadáveres perennes e inmersos en el río muerto que, inexplicablemente, había decuplicado su profundidad para dar cabida a todos ellos, como si hubiera sabido desde el primer momento cuál sería su destino.
De tal forma, la lucha de unos pocos habría sido premiada, pues poco antes de su trágico desenlace, todos los valientes pudieron ver cómo los negros cuervos peinaban saciados la zona del castillo, mientras que ellos tendrían un final digno y la prueba irrefutable en el fondo del río de que habían apreciado lo que tenían y habían acabado defendiendo aquello que siempre creyeron.

Al contrario, los espectros de los juncos fueron meros espectadores, en aras de su osadía y su perspectiva diferente, habrían aguantado.
Fueron testigos aventajados del desastre, claros vencedores... y después... y sin más... final.. [crap]

Fue el sonido que, al unísono, indicó la ruptura por muchas partes de aquellas tuberías oculares-cerebrales, y con ello el regreso.

Agotado y sobresaltado, se despertó horas después contrariado en el suelo; había conseguido vencer ese miedo a las alturas que tanto tiempo le había acompañado, y había acabado de una vez por todas con las barreras invisibles que en su momento le habían coaccionado.
Pensando y pensando en qué había vivido, sólo conseguía recordar una idea de aquel viaje, y era más nítida que cualquier otro recuerdo de su vida: aquellos ojos grisáceos en los que clavaba a todas horas la mirada, y que le decían indirectamente, sin necesidad de palabras:

- Nunca tengas miedo a mostrarte tal como eres, pues aunque pueda parecerte raro o extraño, tu mayor virtud eres tú, sin tapujos, y de ti y tu actitud dependerán todos tus logros. Recuerda siempre que ser diferente será lo que, de forma metafórica o no, te mantenga con vida; y que no hay mayor muralla ni fortaleza que la que tú construyes en torno a ti.

+ Lo haré, sin duda. ~ masculló decidido.

Y salió de aquella extraña sala blanca con olor a locura con la intención de comerse el mundo, teniendo la sensación de que esa historia ya la había vivido, y no precisamente en un sueño...

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