domingo, 16 de agosto de 2020

Cara B.

No es por ti que no alzo el vuelo, 
no es por tu aborrecido cantar que me he vuelto arisco hasta con las amebas.
No es por tu incolora opinión, 
ni por tus consejos flagrantes, 
no es siquiera por tus enmascarados ánimos. 
Tampoco es por tu dilatada presencia, 
por tu acalorada espera, 
ni por esa extraña sensación que me hace ser yo cuando te acercas.
Quiero pensar que tampoco se debe a tus ojos turmalinos, 
tu mirada furtiva y tu figura felina. 
Nada que decir tienen tus manías exiguas, 
tus enfados con freno de mano, 
tus acelerones vestidos de emociones y tus cambios mágicos de humor y querencias. 
Fíjate hasta donde llega mi sorpresa, 
que tampoco creo que sea por tus vestidos de seda, 
ni por tus gestos de delicada princesa. 
Va mucho más allá incluso de tus sonrisas sinceras, 
tus acertadas carcajadas o tus ajadas maneras. 
Hasta me atrevería a decir que no tiene nada que ver con tus desplantes certeros, 
tus copas de vino o tus 'ya lo veremos'.

Más bien diría que es por mis maniatadas costumbres, 
mi agrio carácter y mi amor sumo al dolor ajeno. 
Por mi corazón asesino, 
mis manos de cristal y mi paladar delicado. 
Por mis gustos selectos, 
mi odio al cariño y mi miedo constante a atarte a mi estómago. 
Por las dudas que con certeza generas, 
por mis formas cobardes de actuar, 
por mi alto estatus. 
También, sin duda, se debe a mis idas de olla, 
mis idus de marzo y mi estanco sentido del deber. 
Va ligado al extraño placer de jugar con tus sentimientos que me caracteriza, 
a mi ausencia fugaz en los momentos oportunos, 
a cada mensaje olvidado que te destruye. 
Se debe a mis golpes de remo,
mis sucios desplantes y mis evasiones constantes.
Incluso a mis sonoros disimulos, 
mis engaños de tres al cuarto y mis cuartos menguantes de deseo.
A mis 'ya nos veremos' eternos, 
a esos mensajes nada sinceros vestidos de excusa, 
a cada pensamiento inerte hacia ti que te oculto.
Por si no fuera aun suficiente, 
lo atribuyo a mi mente de hojalata que me abduce, 
me obliga a pecar y me exonera sin necesidad de darle explicaciones. 
Pero también a mi ociosa inquietud, 
mis nulas ganas y a las dosis de ponzoña en toneladas por litro que corren por mis venas.

Resumiendo, hay dolor y pena, pero no acuerdo. Exageración forzosa y posiciones victimistas.
Pero la realidad es que no hay betas de ti que yo mejore por ningún sitio, ni gestos fiables por mi parte que indiquen que fuera a cambiar radicalmente.
Solo me quedan las infundadas ganas de volverme cuerdo, seguirte a pies juntillas en cada paso y volar agarrado a tus clavículas mientras dejo en mi estela las dudas que me envuelven.
Y confíar y desear que tengas más suerte, logres que te traten mejor de lo que mereces y dejes por fin de rapiñar y sufrir por algo y alguien que debería ser intrínseco a tu persona. 



No hay comentarios: